Análisis y reflexión09/04/2025

Allí donde nos necesitas, abrimos camino a la esperanza

En un mundo lleno de incertidumbre, nuestra esperanza tiene raíces firmes y rostro solidario.

Estamos viviendo unos tiempos de incertidumbre con respecto al futuro. Conocer qué nos va a deparar el futuro es más difícil que nunca. Hemos pasado de pensar el futuro como tiempo de la promesa a pensarlo como amenaza inminente con tintes claramente apocalípticos. Nos han tocado unos tiempos complejos y no fáciles. Vivimos en un contexto en el que muchas personas pasan dificultades: Hay personas que viven en las calles, sin hogar; otros muchos han perdido sus puestos de trabajo y viven situaciones económicas complicadas o sencillamente de baja autoestima. La situación de muchas familias es precaria, en particular la de los migrantes, que han pasado de ser necesarios a ser un “excedente” de personal. También se encuentran todas esas personas que viven situaciones de exclusión y de pobreza en nuestra región extremeña.

También vivimos en nuestras vidas estados de ánimo que tienen que ver con la inseguridad, la tensión, el estrés, el cansancio, el negativismo, el desbordamiento, pero, sobre todo, la desesperación o decepción, que tienen mucho que ver con la tristeza. D. José, nuestro arzobispo, en su carta pastoral (1) nos habla de las personas que, en vez de contagiar entusiasmo y alegría, transmiten desilusión y frustración. Vivimos tiempos que necesitan de esperanza. Y cada uno de nosotros podemos ser transmisores de ella, o verter los residuos tóxicos de nuestras actitudes y mensajes derrotistas, negativos, desalentadores, profetas de mal agüero…

La esperanza cristiana es realista, y por eso firme y constante. Se caracteriza por el realismo. No huye del mundo, ni hacia arriba, ni hacia el pasado, ni hacia el futuro. No rehúye nuestra responsabilidad en esa lucha contra el mal, la mentira y la muerte. No desconoce lo negativo que hay en la historia humana, ni ignora las fuerzas operantes del mal y del pecado. No pretende engañar a nadie con falsas ilusiones. Pero es firme y constante porque cree en el Jesús Resucitado. No cede a la desesperanza y la desesperación, precisamente porque cree en Dios, capaz de salvar y liberar a la humanidad.

El voluntario y el trabajador de Cáritas saben que cuando todas las esperanzas humanas parecen apagarse, Dios sigue viniendo en los trabajos y sufrimientos, gozos y alegrías, aspiraciones y luchas del mundo. La esperanza no es la creencia de que algo saldrá bien, sino la certeza de que las cosas, independientemente de cómo salgan, tienen un sentido: “La esperanza no es la convicción de que las cosas saldrán bien, sino la certidumbre de que algo tiene sentido, sin importar el resultado final” (Václav Havel). Nuestra esperanza es una esperanza crucificada.

Para nosotros, los lugares de sufrimiento, de dolor, de muerte han de convertirse en lugares privilegiados de anuncio y de denuncia de la esperanza. Si estamos abocados a la esperanza y lo estamos, nuestros pasos deben encaminarse a un compromiso total, con las realidades sufrientes, pues igual que la Esperanza sale a nuestro encuentro cada mañana, somos instrumentos de Dios Padre impulsados por el Espíritu, siguiendo los pasos de Jesús.

Estamos llamados a ser profetas centinelas, que en medio de la noche, deseamos anticipar el porvenir nuevo. Hemos de ser profetas que tratamos de alimentar la voluntad de claridad en el interior de la sombra: “Mirad que hago algo nuevo; ya está brotando; ¿no lo notáis?” (Is. 43,9). Ser centinelas que promueven alternativas para tiempo nuevos, personas de posibilidades, no dejando de soñar y desear que la realidad sea de otra manera. Ser inconformista con gran potencial utópico, sabiendo creer en las posibilidades de los otros, observando cuanto de energía positiva hay en los otros. Los profetas y los místicos hemos de confiar en el vacío, la oscuridad y el silencio como lugares en los que puede emerger lo nuevo.

“Quien ama y espera el futuro de Cristo, no puede conformarse con la realidad tal como es hoy” (Moltmann). Hemos de ser solidarios: “Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí” (Spe Salvi, 48).

 

1 (cf. FR. José Rodríguez Carballo. Carta Pastoral, Peregrinos y Profetas de esperanza. pág. 41).