Testimonio desde la zona cero de las inundaciones
Entre el caos ves a la gente cómo se ayuda, como comparte, el esfuerzo de los jóvenes.
El tiempo de la tragedia
Susi Mora, técnica en la Fundación José María Haro de Cáritas diocesana de Valencia, está teletrabajando en el silencio de casa, en una tarde nada diferente a cualquier otra hasta que, en lo que dura un tic-tac de reloj, todo cambia para ella y para tanta otra gente que se ha visto absorbida por el desastre fatídico de esa misma tarde del 29 de octubre.
Susi recibe un wasap del grupo de vecinos de su comunidad, y otro, y otro… Con voz entrecortada, cargada de pesadumbre, con espacios de silencio, nos relata lo que está viviendo, lo que siente, el rumor que, a oscuras, llega a su yo más profundo.
“Yo soy afortunada porque vivo en la parte alta de Paiporta, en un cuarto piso. Los garajes totalmente inundados y en la finca el agua ha llegado al cuarto escalón. Solo eso. Las vecinas decían que había que sacar los coches, que venía mucha agua. ¿Cómo iba a ser eso? No lo pensé. Bajé al garaje, saque el coche y ya todo era el caos. Todo el mundo quería venir a esta zona a traer el coche, huyendo del centro. Los campos llenos de vehículos porque no había sitio. Me quedé con los vecinos en la acera y veíamos subir a la gente al mismo tiempo que crecía el agua en la calle. Nos dimos cuenta de que por otra calle también llegaba agua muy rápida, con mucha fuerza. Anochecía. Se fue la luz. Empezaron a decir que el agua venía por el centro, por la plaza Xúquer, por la parroquia de San Ramón.
La rapidez del agua, el desconcierto de las personas, sensación de angustia y de pérdida pensando en los hogares en plantas bajas que hay en todo el pueblo. ¡Qué decir!
Intenté rezar pero qué decirle a Dios. No sabía qué palabras utilizar.
Velas en casa y mirando desde el balcón a la calle. Todo oscuro y un rumor sordo difícil de explicar. A las 6 de la mañana llegó la luz, ¡qué afortunados somos los de esta parte del pueblo! Había bajado el nivel del agua, se podía andar por la calle, entre el barro. Lo primero fue ver qué había pasado. Vimos muchos, muchos coches amontonados, unos sobre otros, todo el mundo por ahí, sin saber qué hacer, perdidos. No entendíamos nada. Yo solo pensaba que no tenía agua. La gente empezó a ir a los supermercados, a coger comida. ¡A coger comida! Todos los comercios devastados. Todo destruido, persianas rotas, cristales, fango. Decían que había coches en los garajes inundados. Veía solo un pueblo arrasado. Me metí a por una garrafa de agua porque no sabía ni qué hacer ni a dónde ir.
La primera fortaleza fue el apoyo que nos hemos dado todos los vecinos.
El segundo día me acerqué a la parroquia, a Cáritas. Sentí su desconcierto, su impotencia. Hablé con el párroco, su mirada perdida o abarcando a toda la gente, del pueblo y de fuera del pueblo, que intentaba ayudar. No recuerdo hoy las palabras que intercambiamos.
La segunda fortaleza fue ver a mucha gente muy joven tratando de quitar barro. La gente joven estaba ahí, entregada. He visto esa gente muy joven, del pueblo y de fuera del pueblo.
Andas, lo ves, lo respiras, lo hueles. Al principio haces fotos porque te impacta lo imposible de lo que el día de antes había sido un pueblo. Después ya no. Qué inutilidad.
Habilitaron un espacio para los alimentos y fui a hacer cola para recoger lo que te pudieran dar. Lo compartimos entre los vecinos.
Al segundo o tercer día empezó todo el mundo a sacar muebles y enseres que se van quedando en medio de la calle. Hacemos cadena para sacar el fango. Los vecinos llorando, deshaciéndose de sus recuerdos, de esos objetos a los que se tiene apego. Y la basura que vamos haciendo, también amontonada allí, un día y otro. Tuberías de aguas fecales rotas. El olor de todo llega a mi casa, un cuarto piso. Hay que imaginar lo que se huele abajo.
Sin agua en las viviendas, bajamos con garrafas a coger agua de la misma riada para tirarla al baño. El segundo día por la tarde ya tuvimos agua en el cuarto de contadores.
Entre el caos ves a la gente cómo se ayuda, como comparte, el esfuerzo de los jóvenes y alguien que puso un cartel que decía “gracias a los que venís a ayudarnos”.
Mucho trabajo, todos los días, mañana y tarde lo mismo y parece que no avanzamos.
Si en un momento oyes un pájaro cantar es una alegría, la relevancia que le das en esta situación es extraordinaria.
Una de estas mañanas subí a la terraza a respirar aire más limpio y a mirar el horizonte. Vi unas mariposas revoloteando. Fue hermoso, bello. Me emocioné. Era la tercera fortaleza. Un símbolo. Era la esperanza, sentir que había motivos para seguir adelante. Le pones la fe porque ves mucho dolor y te afecta más. Le pones nombre a las casas, a los comercios. Sientes más que nunca que son tu gente. Por la noche no puedes dormir porque te vienen a la cabeza las historias de personas e imágenes vividas.
Hoy ha sido el primer día que a las ocho de la tarde han puesto el himno de Valencia y… La gente se ha puesto a cantar, a aplaudir, a llorar.
Ahora, el mañana se espera… Vivimos cada momento, minuto a minuto. Hemos quitado barro y agua… y siguen saliendo. He aprendido a barrer el agua, primero con lo que teníamos en casa, ahora ya tenemos más herramientas. Las alcantarillas están saturadas y los cubos los tenemos que llevar a otra esquina. El esfuerzo es terrible. Ahora es limpiar, colaborar con los vecinos y cuanto antes recuperar la normalidad.
Aquí todavía no hemos visto ni un tractor ni una pala. Oímos las sirenas a lo lejos, Tienen que ir de lo más grave a lo menos. Trabajan hasta de noche. Pero ya se acercan. Ya vemos el tramo de calle que sube un poco limpia, sin trastos ni coches por el medio. Por las noches ver las luces de las máquinas y oír el traqueteo de sus motores da aliento, reconforta porque se siente que el pueblo no está solo. Hay que poner en valor el esfuerzo de todos los trabajadores que están peleando por sacar los pueblos adelante. Ver a tantas personas en su mejor versión, unidas, para que esto salga adelante…
Es muy difícil describir todo lo que ha pasado. Vuelvo a decir que me siento afortunada porque no tengo familiares que hayan fallecido. Si te golpea en cosas materiales te das cuenta de que al final eso se puede restablecer.
El anuncio de cada día es un motivo de agradecimiento a Dios, por la vida y por la fuerza que nos empuja a estar unos al lado de otros sin desfallecer, con el corazón puesto en ese mañana que llegará”.