Vivamos un Adviento y una Navidad diferentes
Se acerca la Navidad, tiempo para contemplar cómo Dios se encarna en la debilidad, en la pequeñez, en la pobreza; se acerca a nosotros y nos acompaña con su amor y su ternura, siempre para liberar, levantar, cuidar, acoger, perdonar, dar vida, salvar. Con su presencia se abren caminos de esperanza: hay esperanza para los pobres y excluidos, para los que se sienten solos y abandonados, para los que están sumergidos en la angustia y la desesperanza, para los que están rotos y heridos.
A pesar de las grandes sombras que nos abruman, conviene hacerse eco de tantos caminos de esperanza. Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien (cf. FT 54). Toda la comunidad cristiana está llamada a abrir caminos de esperanza, llamada a abrir puertas, a incluir a los excluidos, a levantar a los heridos, a consolar a los desconsolados, a acompañar a los que están necesitados de luz y de compañía liberadora.
Ante los fatalismos que nos impiden caminar, ante los profetas de mal agüero, queremos encarar el presente y el futuro desde los anhelos de justicia y equidad, de paz y solidaridad. Queremos ser profetas de esperanza desde la vida cotidiana de la familia y la vecindad, desde las comunidades parroquiales, los voluntarios, donantes y colaboradores. Todos tenemos que abrir caminos a la esperanza.
“Navidad también es estar cerca de quien nos necesita”. Es lo que hizo el Dios encarnado: puso su tienda entre nosotros y caminando con la humanidad ofreció la luz, la paz y el amor que el mundo necesitaba. Continuemos con el camino emprendido por Jesús, salgamos de nuestras comodidades, de nuestras pequeñas seguridades que estrechan el horizonte, para abrirnos a grandes ideales, que hacen la vida más bella y digna (cf. FT 55). Pero solo podemos reconocer, ver, oler, tocar, encontrarnos, desde la proximidad, desde el acortar distancias.
Vivamos un Adviento y una Navidad diferentes. Cantemos, riamos, gocemos, pero sin olvidar cuál es el motivo central de este tiempo: acoger al Emmanuel y a todos aquellos que nacen en un pesebre o están en los lugares donde no hay luces, fiestas, ni consumo alguno, porque están abatidos por la pobreza. Que nuestras presencias en esos lugares sean portadoras de esperanza y rezumen relaciones de fraternidad.